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TESTIMONIOS

Les pedimos que nos cuenten lo que han vivido cerca del Padre Mendizábal, y poco a poco compartiremos algunos de los testimonios que así lo permitan

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Mons. Francisco Cerro Chaves, arzobispo de Toledo

Mons. Francisco Cerro Chaves, Obispo de Coria-Cáceres | Tuve la suerte de encontrarme con él en muchas ocasiones de mi vida, retiros, Ejercicios Espirituales, mes Ignaciano, dirección espiritual, cursillos…

Cuando participaba en su funeral, en los jesuitas en Alcalá de Henares, presidido por el Obispo de esa Diócesis, me brotaba el agradecimiento a lo que este hombre, sacerdote jesuita hasta el final, ha aportado a la Teología y a la espiritualidad del Corazón de Cristo desde el Vaticano II. Su vida nos enriqueció junto con su sabiduría tan sencilla y evangélica.

Tres son las claves que destacaría de su rica vida y magisterio a la luz del Corazón de Cristo:

1. LA VIDA, UNA OPERACIÓN A CORAZÓN ABIERTO. Siempre recordaba aquella experiencia profunda del Corazón de Cristo, contemplando un documental sobre una operación de corazón a corazón abierto. Todos contemplaban asombrados, sin rechistar, impresionados, viendo cómo el cirujano movía las manos. Tomando esta imagen repetía que nuestra vida es una operación a corazón abierto. ¿Acaso no nos dice san Pablo en Filipenses que vivamos con los sentimientos del Corazón de Cristo? ¿No está aquí el fundamento de todo aquello que predicaba el P. Mendizábal, que se tomaba tan en serio la vida de cada persona como una operación del Señor con ella a corazón abierto? Repetía una y otra vez, la necesidad de ofrecer nuestra vida de veras. No era su Teología espiritual una Teología rigorista. Era su corazón, como su historia, una vida vivida como una operación a corazón abierto, donde su gran sentido del humor le llevaba a tomarse, muy en serio, lo serio que es vivir. Se creyó amado por ese Corazón y se lo contó a todo el mundo más que por proselitismo por irradiar la seducción del que tiene siempre abierto el Corazón.

2. TESTIGO DE LA HUMANIDAD DE CRISTO. Enlazó el P. Mendizábal con la mejor Teología espiritual católica, con una inmensa pasión por Jesucristo en la Trinidad, por la propuesta de Jesús como ser divino cien por cien y cien por cien humano. Su mirar a la humanidad de Cristo Vivo en la Eucaristía conectó con San Ignacio en la segunda semana de los Ejercicios Espirituales en el “conocimiento interno de Jesús para más seguirle” y con Santa Teresa de Jesús y el Hermano Rafael que hablan continuamente de que no podemos alcanzar una profunda intimidad con el Señor sino a través de su “sacratísima humanidad”. Esta humanidad de Cristo con la que se sentía a gusto y explicaba con tanta sabiduría era para él el Corazón de Cristo. El Corazón de Jesús que vivía y predicaba el P. Mendizábal es el que presenta el Magisterio de la Iglesia. No le interesaba otra visión. No se salía nunca de su docilidad al Papa, como “dulce Cristo en la tierra”, del que tanto hablaba  Santa Catalina de Siena. El Corazón de Cristo, la humanidad de Jesús, le llevó a explicar mil veces que el Señor no es indiferente ante la respuesta de nuestra vida personal. Le llega nuestro amor o desamor. Se tomó en serio a ese Jesús Resucitado que le dice a Saulo en el camino de Damasco: “¿Por qué me persigues?”

3. CORAZÓN UNIVERSAL. Me contaba un obispo amigo que cuando el P. Mendizábal daba clase en la Gregoriana de Roma y quería hablar con él siempre había cola y no era extraño que hubiera esperando cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes. Una vez me contó, creo que se le escapó, que el Papa Pablo VI, al que tanto quería, le enviaba gente a consultar temas delicados.

Su corazón abierto le llevó a llevar a toda la Iglesia en su corazón, no podía ser de otra manera. Todo lo humano le interesaba. ¡Cuántas veces nos hablaba de estar abiertos a todos los carismas de la Iglesia, a todas las vocaciones, a todas las realidades. No he conocido a nadie con una espiritualidad tan profunda, sencilla y equilibrada como este hombre. Nunca le vi defenderse de nada. No hablaba mal de nadie. Lo que predicaba lo vivía, como tantas veces nos decía como “a lo tonto”. Él no se daba cuenta de que lo que lo que vivía era puro Evangelio. Vivió  lo que dice la oración después de la comunión de la solemnidad del Sagrado Corazón: “el fuego del amor santo por el que cautivados siempre por tu Hijo aprendamos a reconocerle en los hermanos”. El Corazón de Jesús cautivó su corazón.

DESCASE EN PAZ EL “SERVIDOR BUENO Y FIEL”

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Eugenio Espinosa Muñoz

Empezamos mi esposa y yo a visitar regularmente al Padre Mendizábal en el mes de enero de 2013, yo le había conocido antes, con motivo de la despedida de la Iglesia de los jesuitas en Toledo, pero algunas circunstancias y posteriormente una grave y larga enfermedad nos obligó a posponer esas visitas que empezaron unos años después.

       Hay muchas cosas que desde el principio me llamaron mucho la atención del Padre Mendizábal:  su disponibilidad, su puntualidad, su sonrisa, su amabilidad, su memoria (más la memoria humana del corazón, que la memoria de simples hechos o datos), su capacidad para comprender las miserias humanas, y un largo etcétera.

       Pero lo que más me ha llamado la atención, especialmente en los últimos años, es una cualidad o capacidad suya para discernir y ayudar a discernir utilizando a Jesucristo como modelo. El Padre Mendizábal para ayudarte no citaba de memoria ningún texto concreto (que también podía hacerlo), sino que, de una manera mucho más hábil, era capaz de ponerte en situación, "meterte en escena", frente a la actitud de Jesús, deducida siempre de los Evangelios, no sólo citando el texto, sino poniéndote delante cómo hace Jesús, qué dice, cómo se comporta en situaciones similares, o haciendo ver lo absurdo que resultaría ver a Jesús con un comportamiento como el propuesto.

       Creo que esto más que una cualidad o capacidad suya es realmente una virtud, la cualidad sería saberse el Evangelio de memoria, pero el aplicarlo de manera innata a la vida haciéndote "caer en la cuenta", mostrándote siempre el Corazón de Jesucristo, es una virtud que él tenía y tiene porque él realmente vivía y vive en el Corazón de Cristo.    

       En definitiva, después de visitarle, siempre salíamos con ánimo renovado y el corazón mejor dispuesto para buscar y hacer lo que a Dios más agrada. 

"Siempre con nosotros"

[Testimonio de la Familia Uceta Linares]

Conocimos al Padre Mendizábal cuando éramos casi unos niños y nos ha acompañado durante más de la mitad de nuestras vidas.

Es difícil explicar en pocas palabras lo que ha sido para nosotros. Tras su partida, nos queda una profunda gratitud a él y a Dios, que lo puso en nuestro camino. También un sentimiento de asombro por el privilegio de haber vivido tan cercanos a él, siendo un hombre de tanta  altura humana y espiritual.

Pero no era para nosotros alguien lejano, como en otra esfera. Era realmente un padre, con todos los matices que la palabra encierra, cercano, amigo. Se preocupaba de veras por nuestras cosas, se alegraba con nuestras alegrías y padecía con nuestras tristezas. Nos sorprendía mucho que, tratando con tantas almas, se acordara de nuestras pequeñas cosas cuando íbamos a visitarle, de cada uno de nuestros hijos, de cómo iba este asunto o aquel otro… Como padre sabía guiarnos con gran humildad.

De él nos queda su cercanía amable, su caballerosidad, y su sonrisa limpia y acogedora, que nos viene siempre a la memoria y nos alegra en nuestro día a día. Sólo un alma totalmente ofrecida a Dios es capaz de sonreír siempre porque está en las manos de Dios, entregada a Él y confiando en Él. La suya era una sabiduría y una santidad alegre: no faltaban nunca las anécdotas y los chistes. Tenía un humor fino e inteligente… también fue admirable su obediencia y su discreción.

Y siendo, como fue, una eminencia en teología espiritual, lo que nos queda después de tantos años de dirección con él son, sobre todo, algunas frases que repetía mucho, muy sencillas, pero muy certeras. Son palabras que han quedado grabadas a fuego en nuestro corazón y  nos ayudan a vivir como él nos sugería que lo hiciéramos, haciendo de lo ordinario algo sobrenatural, al estilo del Corazón de Jesús. Algunas de estas frases que tanto nos ayudan son: “no quejarse de nada, de nadie, ni de uno mismo, ni por dentro, ni por fuera”; “ser bueno siempre y con todos, ser ilimitadamente bueno, con matiz de bondadoso“; “las prisas no son buenas, es buena la diligencia”; “hacer las cosas con seriedad, pero no con prisas”; “no ponderar”; “no hacer las paces con la mediocridad”; “buscar momentos de descanso y soledad en la realidad que tengo”; “tenemos que ser grandes amigos de los santos, tener amigos santos que nos animen y alegren en nuestro caminar a la santidad”…

En él había verdad, porque vivía lo que decía. Estaba cerca de nosotros porque estaba cerca de Dios, y era de esas personas con las que uno no se cansa de estar. Ha dejado una huella muy profunda en nosotros y, sin duda, nuestra vida, nuestro estilo, se ha configurado con el suyo, que es el de Jesucristo, al que nos enseñó a tratar como una persona viva, de Corazón palpitante, que nos ama ahora con entrañas de misericordia, y al cual tenemos que transmitir como se transmite el propio amor: una transmisión vital en la cual uno mismo se pone en juego, porque Jesucristo para nosotros es Amigo íntimo, es como una parte de nosotros mismos.

Sabemos que nos sigue ayudando y sosteniendo desde el Cielo, y por eso cada día hablamos con Él. Aunque le echamos en falta, tenemos la certeza de que sigue con nosotros, más cercano aún.

Si en su vida en la tierra nos hubiera oído decir todo esto sobre él, se hubiera reído mucho, y hubiera dicho que él no tenía nada que ver, que es Jesús quien lo hace todo.

 Y es verdad, pero permite, amigo… que es Jesús, pero Jesús contigo.

Familia Uceta Linares: Graciela, Fernando, Pilar, Ana, Javier, Lucía y Sara. Profundamente agradecidos.

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Testimonio de una religiosa

En 1986 conocí el movimiento apostólico “Getsemaní”, donde el padre Mendizábal era muy valorado y querido, y se vivía la espiritualidad del Apostolado de la Oración. En septiembre de ese año fui al Encuentro Nacional de J.R.C. (Jóvenes por el Reino de Cristo) en Ávila, y allí un sacerdote me acercó a saludarle. Fue un saludo breve, pero su amplia sonrisa y su actitud acogedora me dio confianza. En diciembre asistí a unos ejercicios espirituales que dirigió en la Casa de Ejercicios de Toledo. Disfruté oyéndole hablar, explicar los pasajes del Evangelio como algo lleno de vida, y además era muy ameno.

 

A partir de entonces empecé a ir a hablar con él con cierta frecuencia. Me sorprendía que me recibiera, con lo importante que me parecía y lo ocupado que debía estar. En ese tiempo estaba descubriendo la vocación y le pedí que me orientara sobre el sitio donde me quería el Señor. Me habló de varias congregaciones, con una gran lealtad, pues nunca me quiso inclinar hacia ninguna en particular.

 

En los más de treinta años que he tenido trato con él, no he visto nada desedificante. Y le veo, no como un hombre intachable, sino como un hombre conducido por Dios.

 

Una de las cosas que más admiro en él es el silencio acerca de su persona. Un silencio que considero heroico. Nunca le he oído quejarse. Nada se traslucía de las molestias o sufrimientos que pudiera tener, ni físicos ni morales. Tampoco hacía comentarios negativos de nadie, ni de momentos en que haya podido pasarlo mal en su comunidad o en otros ambientes. A sus enfermedades y dolencias (operaciones, rehabilitación…) les quitaba toda importancia.

 

Era sumamente respetuoso con cada persona. No solía nombrar a nadie que no estuviera presente, aunque fuera para contar cosas superficiales -por supuesto, nada de lo que recibía en confidencia-, salvo para contar anécdotas, generalmente del pasado.

 

Lo que enseñaba acerca del Corazón de Cristo, de sus actitudes y sentimientos, lo he visto hecho vida en él. Sobre todo la mansedumbre y humildad, que se mostraba, entre otros muchos detalles, en la facilidad de ceder ante una indicación distinta de la que él había hecho.

 

Era alegre y jovial, como un niño, “sin arrugas” en el alma. De ninguna etapa de su vida conservaba un recuerdo amargo, sino que hablaba como quien había asimilado todas las experiencias en positivo.

 

Tenía un gran sentido del humor, derrochaba cordialidad y una visión positiva y sana de la realidad; visión sobrenatural. No se detenía en comentar lo negativo.

 

Transmitía confianza en Dios y confianza en las personas; se fiaba de la acción de la gracia para cambiar los corazones. A esto se unía la paciencia y una caridad exquisita con todos.

 

Era muy agradecido. A cualquier favor, por pequeño que fuera, respondía con un “¡gracias!, ¡muchas gracias!”, dicho de corazón.

 

Su porte humilde y elegante a la vez, la sencillez y dignidad en el trato, y su encantadora cordialidad, le hacían sumamente amable. Se me hacía fácil ver a Jesús en él.

 

Esa rectitud de vida daba a su palabra una gran elocuencia, hasta llegar a convertirla en “palabra eficaz”. Cuando predicaba, o en la conversación personal, infundía lo que decía. Como quien se ha hecho instrumento en las manos de Dios, “operaba” en los corazones, infundía la paz, nos envolvía en el Amor del Señor, cambiaba la oscuridad en luz. Sus visitas eran transmisión de la cercanía del Señor.

 

Por su intercesión, me ha alcanzado gracia, favores, milagros interiores. También he conocido a varias personas que han experimentado una curación o mejoría inesperada de una enfermedad, o a quienes se les ha resuelto un problema difícil, después de haber pedido al padre Mendizábal que rezara por esa intención.

 

En varias ocasiones, antes de contarle algo que me resultaba difícil expresar, él me empezó a hablar de ello, como si me hubiera leído el pensamiento.

 

Otro de los momentos en que más traslucía a Cristo en él era la vivencia de la Misa, que celebraba con sencillez y verdad. Recitaba cada oración con verdad. Ofrecía Cristo al Padre y se ofrecía a sí mismo “de veras”. Se podía percibir que dialogaba íntimamente con Jesús; con especial intensidad en la Consagración.

 

Uno de los temas que a menudo trataba y desarrollaba con profundidad y penetración psicológica, era el amor. Creo que él había llegado a ser de esos que dice Santa Teresa de Jesús, que “aman muy diferentemente de los que no hemos llegado ahí” (Camino de Perfección 6, 3). Hasta el punto de que cada uno nos sentíamos muy queridos por él, casi “con predilección”; pero sin que ese amor provocara rivalidad entre nosotros, sino unión, porque era un amor que venía del Corazón mismo de Cristo. Por eso no nos dejaba apegados a él, sino al Señor. Y hacía él, agradecimiento y veneración por haberse dejado transformar para hacerse cauce de tanto amor.

 

Esto, que habíamos experimentado en muchas ocasiones, cómo su presencia nos unía entre nosotros, lo pudimos vivir el día de su funeral en Alcalá de Henares. Fue conmovedor ver tantas personas, venidas de distintos lugares y de diferentes vocaciones, y todos “como un solo corazón”, una familia. Y al mismo tiempo, contemplando aquello, uno pensaba: no podía ser de otra manera, estando él entre nosotros, porque siempre había sido así.

 

Su entrega hasta el final, en fidelidad y obediencia heroicas, me produce un asombro que me deja sin palabras.

 

Su vida ha sido una “línea recta a Jesucristo”. Su dedicación, conocer a Jesucristo “para más amarle y seguirle”, y darle a conocer y amar.

 

Mi testimonio se resume en esto:

 

El padre Mendizábal era ilimitadamente bueno, siempre y con todos.

 

Una religiosa.

Testimonio de Mons. Giusppe Mani, Arzobispo emérito de Cagliari

La primera vez que oí hablar del padre Mendizábal fue en Florencia, hacia los años 1960-61, cuando vino a predicar los ejercicios espirituales a los sacerdotes en Villa San ignacio. Venía precedido de una gran fama: “vendrá un joven jesuita, profesor de Espiritualidad en la Gregoriana, un hombre verdaderamente espiritual”. Participé en aquel curso, y quedamos todos admirados por la simplicidad y la profundidad de la propuesta, tanto que cuando el año siguiente fui a Roma a estudiar Utroque Iure a la Universidad Lateranense, lo busqué y le pedí si me hacía de padre espiritual. Él mi dijo simplemente: “si quieres, aquí estoy”.

 

Desde el primer encuentro con él en la Gregoriana quedé admirado por la simplicidad absoluta de su habitación. Había solo un diván cama, un simple y viejo escritorio con una librería del mismo estilo con dos pocos libros y dos sillas, un lavabo pero sin servicio. Todo ordenadísimo y limpísimo, una verdadera celda religiosa, como la del resto de los padres de la Gregoriana. Lo más hermoso era que los pasillos de los padres eran frecuentadísimos por los estudiantes que subían a las habitaciones para encontrar personalmente a sus enseñantes, muchos para confesarse y hacer dirección espiritual.

 

Laureado en Utroque Iure y hecha la licencia en Teología, me inscribí en el Instituto de Espiritualidad donde el P. Mendizábal enseñaba “Dirección Espiritual”. Era muy apreciado y sus clases frecuentadísimas por la profundidad de su doctrina y, sobre todo, porque transmitía una doctrina viva: era evidente que era un hombre espiritual. En el instituto, junto a él enseñaban ilustres docentes. Cito solo al celebérrimo Dom Jean Leclerque, benedictino que enseñaba espiritualidad monástica. Sé que en aquellos años, el P. Mendizábal era buscadísimo para la dirección espiritual, para retiros y ejercicios espirituales.

 

Cuando dejó la Gregoriana para volver a España a dirigir el tercer año de probación, nuestras relaciones disminuyeron, aunque aprovechaba sus venidas a Roma para encontrarlo. Cuando fui nombrado primero director espiritual y después Rector del Seminario Romano Mayor, me fue de gran ayuda confrontar con él las propuestas que debía hacer a los seminaristas y la reestructuración del seminario después del Vaticano II, pero, sobre todo, después del terremoto del 68. En octubre del 1987 conseguí hacerle predicar los ejercicios espirituales de inicio de año a los seminaristas y vino a Montefiolo en Sabina.

 

Después de algunos meses, fui nombrado obispo auxiliar de Roma y dejamos de vernos. Fui Ordinario castrense y después arzobispo de Cagliari. El 7 de septiembre de 2008 vino Benedicto XVI a visitar Cagliari y el P. Mendizábal leyó mi nombre en el Osservatore Romano, me escribió una tarjeta feliz de haberme reencontrado y felicitándome. Entendí que era una gracia, y no la dejé escapar, de hecho, le pedí ir a verle para pasar algunos días de retiro. Estaba en Toledo, rector de la iglesia de San Ildefonso, la clásica iglesia de los jesuitas donde atendía el confesionario y celebraba la misa cotidianamente. Vivía en la casa, que había sido casa de ejercicios, con otros dos jesuitas, en una simplicidad absoluta, y, puedo decir, de una verdadera y digna pobreza. Una señora filipina (?) proveía las comidas, pero para el resto, los padres eran absolutamente autónomos. Después de veinte años había encontrado al mismo P. Mendizábal de siempre, aunque me enteré de que había estado muy enfermo, que había sufrido intervenciones quirúrgicas, que observaba una dieta digna de un padre del desierto. Llegué a ver en la habitación una colección de medicinas que tomaba cada día.

 

No obstante las pruebas que había sufrido, las incomprensiones y las dificultades, lo encontré sereno y capaz de inspirar serenidad. Muchas veces volví a Toledo para estar con él y, en una de estas ocasiones, me llevó a pasar una jornada en Oropesa, con las hermanas de las que todos decían que él era el fundador, aunque él lo desmentía continuamente. Muchas veces me habló de este instituto religioso que vivía en la simplicidad y en la humildad y que el Señor agradecía con el don de las vocaciones, y de las que él era director espiritual. El día que permanecí en Oropesa tuve una óptima impresión de la comunidad que encontré junto a él.

 

La última vez que fui a Toledo me comunicó que había sido decidido el cierre de aquella casa, que sería transferido a una casa de descanso en alcalá y que el servicio a la iglesia de la que era rector sería confiado a un sacerdote diocesano. La serenidad con la que me comunicó la noticia que había recibido del provincial, me edificó profundamente. Era evidente lo que le disgustaba dejar Toledo, pero justificaba la decisión de los superiores, diciendo que no podían hacer nada mejor en aquellas circunstancias. Era verdaderamente la santa indiferencia ignaciana “erga res creatas omnes”. Puedo decir de él lo que un día el padre Paolo Dezza me dijo del padre Arrupe. “No he encontrado en mi larga vida un hombre muerto a sí mismo como él”. Para mi, ir a Toledo y estar un solo día con él era espiritualmente tonificante, incluso cuando no se hablaba de cosas espirituales con él, había un clima sobrenatural.

 

Cuando fue transferido a Alcalá, donde era consejero espiritual y confesor, pero sobre todo huésped, dada su edad, continuaba recibiendo personas y haciendo ministerios con las condiciones puestas por el superior, de que vinieran a recogerlo y a dejarlo en casa. También en Alcalá vivía en una simple habitación, ordenadísima, con lo estrictamente necesario. Por la mañana se levantaba muy temprano para celebrar y rezar, después, cuando iba a encontrarlo, estaba todo el día a disposición.

 

Era verdaderamente un hombre espiritual, una persona transformada por su vida interior. En él no había nada de ostentoso, nada de escaparate, era todo sustancia. Transmitía sus certezas que eran de una absoluta confianza en Dios y en la Iglesia, la certeza de que las vías recorridas por los santos eran las más seguras para alcanzar a Dios, y que nuestra vida estaba en las manos del Señor. Con estas certezas ha afrontado las no pocas dificultades derivadas de sus elecciones religiosas, en las que ha creído y se ha batido para defenderlas.

 

Muchas veces hemos hablado de la crisis de las vocaciones, que no escondía, de la crisis de la vida religiosa, de la crisis de los sacerdotes y él, con claridad, ha visto siempre la culpa en la secularización que había invadido ya todo. El último encuentro que hemos tenido hablando todavía de las dificultades de la pastoral actual y de la crisis en la iglesia, me respondió con un gesto. Se levantó y me pidió que lo siguiera. Me condujo a una sala grande en la que los jesuitas habían tenido un convenio que no sabría precisar, y sobre la pared del fondo, con letras grandes estaban estas palabras en español: “Para amar... y para servir”. Me invitó a leer y dije “mejor así”. El problema, añadió el padre, es que la frase no está completa. Falta: “solo al Señor y a su Vicario en la tierra”. La lección estaba clara. Hablamos también de la crisis vocacional y convinimos en que Dios no está en el centro del interés. Y, sin embargo, junto a las constataciones extremadamente realistas de la situación religiosa, no cesaba de empeñarse en trabajar con los sacerdotes, reuniéndolos en asociaciones espirituales, y cuidando las vocaciones religiosas. Realismo absoluto, pero nunca derrotismo, porque en la situación veía poco de positivo, pero no faltaba la posibilidad de trabajar con el Señor para cambiar la situación.  

 

Hemos hablado también de su relación con el padre Arrupe, del que ha sido introducida la causa de beatificación en Roma. El padre Mendizábal no era el único jesuita que había tenido dificultades con el padre Arrupe. En la Gregoriana fueron diversos los jesuitas que no compartieron las decisiones del General. Yo he conocido también al padre Arrupe y uchas veces lo he encontrado en el pasillo del último piso de la casa generalicia de Borgo Santo Spiritu, donde iba a confesarme con el padre Ganzi, que era su asistente general para Italia y que tenía una gran estima del General y de su santidad de vida: es un místico, me decía. Ha sido para mi verdaderamente interesante conocer a dos personas santas que tenían ideas tan diversas y que estaban muy radicados en Dios. Al padre Mendizábal, que no compartía la orientación elegida para la compañía por el padre Arrupe, no le he oído una crítica sobre su persona, sino más bien el reconocimiento de que fuese un hombre de Dios. 

 

El padre Mendizábal era un verdadero apóstol de la vida interior. Lograba hacer bella, atrayente y simpática la vida espiritual. Tenía la capacidad de reducir a ejemplos simples y elementales las más grandes verdades de la fe y proponer la vida espiritual como la cosa más natural y normal. Era un verdadero apóstol. Excluyendo toda forma espectacular ha sabido penetrar en tantas almas, sin la más mínima propaganda, sino a través del testimonio de una vida de oración y de interioridad que lo hacía deseable y extremadamente interesante como hombre espiritual. Sin visiones y milagros ha pasado como la sombra de Dios dejando en todos aquellos que han tenido la gracia de considerarlos padre, los signos de una fe posible.

DEL EDITORIAL DE MAGNIFICAT DEL MES DE JUNIO

Querida familia Magnificat:

Escribo estas líneas para el mes de junio, mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, cuando acabamos de dar sepultura al P. Luis Mª Mendizábal, sj, uno de los grandes apóstoles del Corazón de Cristo en el siglo XX. En su momento también acogió mi invitación a escribir en nuestro mensual. Somos varias generaciones de obispos, sacerdotes, religiosas y laicos los que nos hemos beneficiado de su magisterio y paternidad. No es anecdótico que en la Misa de corpore insepulto en Alcalá de Henares celebraran 5 obispos, 120 sacerdotes y asistieran cientos de religiosas, familias completas con niños…

Él nos ha llevado a la esencia del cristianismo: la persona de Jesucristo glorioso vivo y de corazón palpitante, desde su abierta interioridad herida por el pecado, por la falta de correspondencia al ofrecimiento de su amor, que nos llama a asociarnos a él en su obra redentora y reparadora. Parece mentira, pero en pocas líneas se resume todo… Las obras del P. Mendizábal son tesoro de sabiduría espiritual. Rezuman una sabia guía que lleva al lector a la oración y al conocimiento interno de Cristo, tan esencial en la espiritualidad de su padre san Ignacio.

Como solemos dar lo que hemos recibido, tengo que dar gracias porque fue mucho lo que recibí de él, y espero que algo os llegue también a vosotros. En la comunión de los santos, la pérdida de un ser tan querido, lejos de provocar tristeza, aumenta la esperanza y el agradecimiento de una paternidad espiritual tan fecunda en la tierra que seguro seguirá irradiándose desde el cielo. Ojalá haya muchos discípulos de este gran apóstol del Corazón de Jesús que lleven a muchos al tierno amor de ese Corazón que tanto nos ama. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío, porque creo en tu amor para conmigo!

En Jesús y María,

Pablo Cervera Barranco

Sor Anastasia María Rafael, osc.

Monasterio HH. Clarisas de Valdemoro

¿Quieres curarte? Jesús le preguntó al paralítico. “No tengo un hombre que me lleve a la piscina” respondió el paralítico… Soy una religiosa de vida contemplativa, procedente de un país extranjero. Escribo con mucho agradecimiento este pequeño testimonio para compartir cómo el Señor ha querido que el Padre Luis María Mendizábal sea “este hombre” que me ha llevado a la piscina, la fuente de Agua Viva, que es el Corazón de Cristo.

 

Cuando llegué a la comunidad, hace cinco años, se escuchaba muy a menudo el nombre del Padre Mendizábal en las conversaciones porque el año anterior había dado ejercicios espirituales aquí… Después de un tiempo pedí escuchar los dichos Ejercicios Espirituales. Cuando iba avanzando escuchándolos pensaba que mi corazón se iba a estallar en cualquier momento porque lo que escuchaba me ensanchaba por dentro y no paraba yo de decir como aquel otro amigo del Señor, san Francisco de Asís: “esto es lo que quiero, esto es lo que deseo, es lo que busco y anhelo con todo mi ser…”.

 

Todo lo que el Padre decía no era más que el Evangelio, pero me lo iluminaba como con una lupa, me lo hacía muy atractivo, y ninguna palabra tenía desperdicio. Me parecía que todo lo que decía me lo decía  a mí personalmente y me ardía el corazón. Al terminar de escucharlos exclamé: ¡ES UNA PASADA! Después ya buscaba todo lo que llevaba el nombre del Padre, aunque fuese solamente el prólogo a un libro… Me he ido alimentando de sus obras y cada vez más feliz… Leerle y escucharle hablar del Corazón de Cristo no me ha dejado indiferente. Me ha abierto horizontes que nunca jamás he soñado. Saber y experimentar que ese Corazón de Cristo está de verdad vivo, que late por mí, que me ama de verdad ahora y que se interesa por mí… y que todo lo que hago es una operación en ese mismo Corazón, impresiona hondamente.

 

Notaba yo que llevaba un deseo muy grande en el corazón: hacerle saber al Padre Mendizábal todo el bien que me hacían sus obras, pero me parecía que era un capricho muy grande e innecesario y debía olvidármelo. Pasaron tres años… Un día, sin yo esperarlo fue confirmado mi deseo, entonces le escribí una cartita al Padre.

 

Dios que no se deja ganar en generosidad quiso mostrarme que Él lee los más íntimos deseos de nuestro corazón mucho antes de que se los presentemos o mejor dicho, nos pone unos deseos en el corazón porque Él nos los quiere regalar, y se preocupa de cumplirlos mucho mejor de lo que podamos pensar ni imaginar… El 23 de junio de 2017, Solemnidad del Sagrado Corazón, -un año después de la cartita- el Padre Mendizábal hizo un gran esfuerzo y vino a verme… Un regalo inesperado e inmerecido que nunca sabré ni poder agradecérselo suficientemente al Señor. Verle y escucar su invitación a ser santa arranca de mi corazón esta respuesta: “si, es posible, la santidad es posible para mí también”. Fue una visita relámpago y la única vez que le vi, pero me sentí profundamente querida por él.

 

La visita resultó ser para mí más que un simple saludo, me atrevo a resumirlo así: el Corazón de Cristo vino a verme en la humilde persona del padre Mendizábal. ¡INOLVIDABLE! ¿Quién me hubiera dicho que seis meses después volaría a morar para siempre en este Corazón que tanto ha amado? Felizmente digo, “… al final de todos, como a un aborto se dejó ver incluso por mí, pues yo soy la más insignificante de los hermanos, la que no soy digna de llamarme hermana, pero por la gracia de Dios soy lo que soy…”

Juan Daniel López Fernández, FSCC, sacerdote diocesano de Almería.

Conocí al Padre Mendizabal desde que yo era seminarista en Almería allá por 1995, cuando él vino a la ciudad a dar unos Ejercicios Espirituales a las Siervas de los Pobres en su Casa Madre y noviciado. Antes ya las Hermanas de la Fraternidad Reparadora nos habían hablado de él (a otros seminaristas y jóvenes y a mí) y obviamente habíamos crecido en la Fe con su rica doctrina. 
Por tanto he conocido al Padre desde mis 15 años hasta los actuales 38: 23 años.
Algo que siempre me ha pasado con él es que siempre me ha sorprendido. Algo parecido a mi relación con Dios. Antes de nuestras entrevistas personales sobre todo, y también antes de las confesiones, retiros y Ejercicios Espirituales a los que he asistido con él, yo solía siempre hacerme una idea: bueno me dirá que... Y para nada. El Padre no decía ni eso ni lo contrario sino que siempre elevaba la mirada y me llevaba a un mayor amor, más fidelidad, más entrega, más alegría en el Señor. 
Su presencia que yo sentía en mi, como todos sus hijos e hijas espirituales, era impresionante en su funeral y en las semanas siguientes, y tantas veces como ahora escribiendo estas torpes líneas. 
El Padre Mendizabal ha sido para mi un verdadero Padre, Sacerdote, consejero, puente de unión con Cristo, o mejor dicho, puente al Corazón de Cristo. 
POR FAVOR, PERDÓN. GRACIAS. 

Breve Semblanza del Padre Mendizábal

 

(Artículo aparecido en ABC Toledo en 2011, por D. Jorge Olmedo Castañeda, Abogado)

En pocas semanas abandonarán Toledo los padres jesuitas que durante décadas han estado trabajando en la denominada Iglesia de San Ildefonso o Iglesia de los jesuitas ubicada en el centro histórico.

Tal decisión ha dejado perplejos a muchos de los que nos hemos venido nutriendo de ellos durante tantos años.

De todos los sacerdotes que por su residencia han pasado me atrevería a afirmar que el más insigne de ellos es el padre Luis María Mendizábal.

He tenido la suerte de conocerle y tratarle durante muchos años tanto de cerca como a través de sus magníficas homilías en la última misa de los domingos por la tarde, y quisiera destacar en él tres cualidades singulares: sus dotes de director espiritual, su sencillez al explicar los temas más sublimes y su virtud mayúscula, a saber, la humildad.

 

En primer lugar, ha dirigido y dirige a multitud de personas de toda índole, dándoles el consejo o la orientación adecuada en cada instante, fruto de una intensa vida interior cimentada en la oración asidua y en la Santa Eucaristía.

En segundo lugar, sus homilías han estado siempre impregnadas de sabiduría y han sido explicadas con sencillz, fruto sin duda, de una inteligencia preclara y de un profundo estudio, pues jamás observé que se auxiliase de apunte o papel alguno.

Finalmente, su virtud estrella, sin duda, es la humildad que brota de saberse hijo de Dios y abandonarse en sus manos totalmente.

Nunca ha querido nada para sí, sino para los demás, y jamás ha deseado ni pretendido protagonismo alguno para su persona, a pesar de haber fundado varias congregaciones a lo largo de su dilatada trayectoria, escribir libros o impartir conferencias, habiendo podido perfectamente alcanzar las más altas dignidades eclesiásticas.

 

Francamente, no puedo llegar a entender una decisión como la que se ha tomado en dicha institución, que nos impedirá en el futuro más próximo gozar y disfrutar de la presencia de un santo sacerdote como es el Padre Mendizábal en nuestras calles de Toledo.

Quisiera proponer que antes de su partida se les hiciera el homenaje que se merecen por parte de los toledanos y de sus instituciones civiles y eclesiásticas, o intentar, al menos, que siguieran entre nosotros, reconociéndoles, en todo caso, el estupendo trabajo de tantos años en la ciudad de Toledo., haciendo el bien a tanta gente anónima, pues como dice el sabio refrán español “es de bien nacidos ser agradecidos”, lo que desafortunadamente no abunda entre nosotros.

 

Así pues; vaya desde esta privilegiada tribuna mi enorme agradecimiento y el de toda mi familia a los padres jesuitas que he conocido en esta ciudad, y singularmente, a la insigne y egregia figura del padre Mendizábal que espero viva muchos años en España por nuestro bien y el de nuestra querida patria.

TESTIMONIOS APARECIDOS EN EL BOLETÍN DEL 175º ANIVERSARIO DEL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN

« Formó a muchos sacerdotes de la Archidiócesis de Toledo »

 

D. Pelayo Rodríguez Ramos, Director del Apostolado de la Oración en la diócesis de Toledo:

 

            « La influencia espiritual del P. Mendizábal, en muchos sacerdotes de la archidiócesis, fue muy grande porque muchos se dirigían espiritualmente, se confesaban y hablaban personalmente con él. Le consultaban muchas cosas. Por tanto, de una manera muy sencilla, los ayudó mucho ».

            « De igual manera, las religiosas de la archidiócesis, porque muchas de ellas han recibido tandas de Ejercicios Espirituales y consultaban muchos temas con él».

Durante sus veinticinco años como Director Nacional del Apostolado de la Oración « trabajó para dar contenido profundo y teológico al A.O.  A no quedarse en una mera devoción o una espiritualidad particular. Botón de muestra es el libro “El ofrecimiento del Apostolado de la Oración a la luz de la teología actual de la Redención” ».

«  Podríamos decir que el P. Mendizábal, a través de sus tandas de Ejercicios Espirituales, introducía siempre la devoción al Corazón de Jesús. De esta labor ingente y del modo de vivir esta espiritualidad surgiría el movimiento Jóvenes por el Reino de Cristo, que se extendería también a familias y adultos ».

 

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«Un buen jesuita, apóstol del Corazón de Jesús »

 

D. Ángel Fernández Collado, obispo auxiliar de Toledo:

 

« Siempre encontré en el P. Mendizábal una rica personalidad humana y espiritual. Un maestro en la vida espiritual y un acompañante seguro, sabio y prudente, siempre positivo y esperanzado. Con un profundo respeto a las personas, trataba de ayudarles a buscar y encontrar la voluntad de Dios en sus vidas. Todos sabíamos que teníamos junto a nosotros a un hombre de Dios y a un sacerdote jesuita maestro de espiritualidad cristiana, que con la ciencia y la virtud que había ido recibiendo y acumulando, nos ayudaba y orientaba en nuestras situaciones concretas»

« Fue un buen padre jesuita, apóstol del Corazón de Jesús, lleno de amor divino. Este aspecto de su vida sacerdotal, marcó su corazón cristiano y sacerdotal, así como su ferviente apostolado ».

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«Luis Mª Mendizábal, S.I., un apóstol del Corazón de Jesús»

 

P. José María Alsina Casanova, hnssc

 

«  La mañana del pasado 20 de febrero, en la iglesia del colegio de los jesuitas en Alcalá, tuvo lugar la misa exequial, con el cuerpo presente, por el alma del padre Luis María Mendizábal, S.I.,     apóstol incansable del Corazón de Jesús. La celebración estuvo presidida por el obispo de Alcalá Mons. Juan Antonio Reig Pla y concelebrada por el arzobispo de Toledo, Mons. Braulio Rodríguez Plaza, y los obispos de Coria-Cáceres, Mons. Francisco Cerro Chaves, el auxiliar de Toledo, Mons. Ángel Fernández Collado y el auxiliar de Madrid, Mons. Juan Antonio Martínez Camino. A la concelebración asistieron también religiosos jesuitas y un centenar de presbíteros diocesanos venidos de diversos puntos de la geografía española. Entre el pueblo fiel se encontraban las hermanas de la Fraternidad Reparadora en el Corazón de Cristo, religiosas fundadas por el padre Mendizábal, otras religiosas y consagradas de diversas instituciones, y laicos de parroquias y movimientos ».

« Las fuentes magisteriales del padre Mendizábal –como refirió Mons. Reig- “iban siempre dirigidas al corazón del Evangelio”. A modo de resumen de lo que fue este magisterio espiritual, Mons. Reig recogió una expresión muy repetida por el padre Mendizábal: “El cristianismo es el Corazón de Cristo”».

« Las palabras de Mons. Reig [de las que aquí apenas hemos podido dejar constancia] llenaron de fervor el corazón de los que allí nos encontrábamos. Aquella fría mañana de invierno, el calor de la gracia había prendido en nuestros corazones al ser testigos, contemplando la labor del padre Mendizábal, de cómo el Corazón de Jesús es fiel en sus promesas y no deja de enviarnos “pastores según su Corazón”».  

« Que desde el cielo, junto a la Virgen María a quien tanto quería, siga suscitando apóstoles del Corazón de Cristo, al servicio de la instauración de su reinado de amor en el mundo ».

Carta de Gabriela Gorkin

Querido Padre Mendizábal:

 

Los Sagrados Corazones de Jesús y María sean en nuestros corazones

 

Te conocí en Toledo, en el año 2002, yo estaba pasando una temporada de mi vida en la Residencia de las Madres Agustinas, en la Calle Santa Úrsula... Esta Residencia me contaron que ya no existe, porque las agustinas tuvieron que cerrar su Convento... Llegaba el Adviento y las estudiantes regresaron a sus pueblos... Yo me decía ¿pero me quedaré​ sola en toda la Residencia? Si que era hermosa y la Capilla iba a ser toda para mi... Pero no me convencía tanta soledad... Jesús y María me estaban preparando una sorpresa... Un día que volvía del trabajo, entro a la Residencia y la encuentro invadida de maletas y el comedor lleno de paquetes y cajas de verduras, frutas, conservas... Era la Fraternidad Seglar en el Corazón de Cristo ¡Yo no las conocía ni de lejos! Ellas fueron las primeras que me hablaron de ti... Tú les ibas a dar el Retiro de Adviento... Enseguida me enteré que eras un puntal en los asuntos del Sagrado Corazón de Nuestros Buen Dios y empecé a escuchar hablar del Apostolado de la Oración. Con ellas compartí rosarios y alguna comida, pero por esas cosas que uno no entiende, no fui a escuchar ninguna charla del Retiro, así que no te conocí personalmente aun, pero tu nombre ya quedó en mi pobre y miserable corazón... Pasaron algunos meses y se acercaba la Cuaresma, entonces fue un día bajando a pie del Hospital del Valle del Tajo, cuando justo cruzando el río por el Puente de San Martín, tuve la idea de Consagrarme al Corazón de Jesús y guiada por una mano como invisible pensé ¡Ahora es el momento de conocer la Padre Mendizábal! Creo que fue santa Isabel de la Santísima Trinidad que guió mis pasos a ti, porque al mismo tiempo que pensaba en su Elevación, sentí el impulso a escribir mi pequeña consagración. Fue el Miércoles de Ceniza la primera vez que te llamé, la primera vez de innumerables más, que dije ¿Me puede poner con el Padre Mendizábal? Iban a ser tantísimas más y tú siempre atento, cordial, con tu voz tan acogedora, que tanta alegría producía en mi... a pesar de mis torpes palabras, de mis peros y mis muros... Me distes cita, recuerdo que te conté esa experiencia bajando del Hospital y ese deseo que me parecía Dios me había puesto. Enseguida me dijiste que si y acordamos un plan de trabajo. Yo la iba a ir escribiendo y cada 15 días o algo así, me la fuiste supervisando, hasta que una de esas veces fijaste fecha ¡El Jueves Santo! ¡Y en la Capilla de la Casa de los Jesuitas! 

 

​Comprenderán cómo marcó mi vida espiritual y de fe el Padre Mendizábal, el día llegó, en la hermosa y tan devota Capilla de los Padres, sólo Jesús en el Sagrario, yo y el Padre. Leí mi consagración y luego fuimos a ​la Iglesia a los Oficios del Jueves Santo... ¡De mi corazón sale una gran acción de gracias que yo le pido a Dios que se expanda hasta el Reino de los Cielos y que le llegue al Padre Mendizábal! Todos sabíamos que cada vez nos quedaba menos tiempo para disfruta y aprovechar de su presencia, su acompañamiento y sus consejos... Querría poder marcar el número de teléfono de la Residencia de Alcalá y decir ¿Me podría poner con el Padre Mendizábal? Un Padre espiritual de muchos, mío también, no sabré valorar cuánto le debo, pero es verdad que cuando me enteré de su fallecimiento, al lado del enorme sentimiento de vacío, supe rápido que le tengo en el cielo, intercediendo por mí y por todos sus hijos espirituales... Él sabía de la gratuidad del amor del Corazón de Cristo, lo sabía y lo demostraba, siempre dispuesto a recibirnos, a escucharnos, a leer nuestras cartas... y a enseñarnos e iluminarnos cual es la Voluntad del Padre ¡Padre Mendizábal, ruega por todos nosotros! Gracias, tu hija, la más desobediente, pero que mucho te ama

tTESTIMONIO DE ROSARIO RIVERA CORREA

He pensado mucho en esto de escribir algo sobre el padre Mendizábal, entre otras muchas cosas porque seguramente no sea capaz de acercarme ni un poquito a poder describir la grandeza espiritual de Don Luis María Mendizábal, pero he decidido resolver la cuestión, con una respuesta que me dio poco antes de su muerte - Haz aquello que sepas que agrada al Señor. Y si de algo estoy convencida es que el Señor amaba profundamente al Padre, pues el mismo padre entregó su vida y su corazón a amar al Señor. Por lo que no puede haber mejor manera que este aquí, en medio de nosotros que hablando de él.

Creo sinceramente que conocer al padre Mendizábal ha sido un regalo, un regalo imposible de calibrar, pues…¿cómo se puede valorar cuanto bien nos llega a hacer una persona en nuestras vidas? ¿Y si encima sabes que esa ayuda aún no ha acabado?  Pues bien, estoy segura que ese regalo del cielo tiene nombre de Misericordia.  Esa misma misericordia que el padre explicaría del Señor, lo que este vocablo significa, y añadiría que el Señor viene a limpiar nuestras miserias, esas mismas miserias nuestras que él escuchaba y nos ayudaba a sanar.

Cuánto amor en tan pocas palabras… esa era mi mayor sensación cada vez que marchaba tras visitarlo en Alcalá de Henares. Y es que con el padre se aprendía hasta de los silencios que creaba. Te miraba, te sonreía y te traspasaba, tanto es así que de repente, en alguno de esos silencios te preguntaba por aquello que escondía tu corazón. Era algo que me fascinaba, cómo te llegaba a conocer en unos pocos segundos. Y no es solo que tuviera una inteligencia atípica, que también, sino que te hablaba de corazón a corazón.

Y así seguiría hablando del Padre sin fin, pero como me faltaría tiempo y papel, y también por tener piedad y no volverlos locos : ) ,aquí os dejo pero no sin antes comentar que realmente el padre nos enseño que se puede vivir en VERDAD.

 

Gracias Padre y hasta muy pronto. Nos veremos en el Corazón de Cristo

TESTIMONIO DE JOSÉ LUIS SANZ (Mvto. Getsemaní)

Qué decir del Padre Mendizábal que no se haya dicho ya. Qué decir del amor que irradiaba y guiaba al Corazón de Cristo.

Conocí al Padre Mendizábal ya en Toledo, en el Santuario de los Sagrados Corazones. Tenía una mirada que penetraba, no sabría cómo explicarlo. Pero era un gran sacerdote que amaba con locura a Jesús.

Su vida la conozco más por lo que he podido leer, ver y oír, que por lo que he podido tratar con él. Homilías llenas de sencillez, no podría definirlo de otra forma. Veía en él a un sacerdote tan sabio, pero a la vez tan humilde que no llegaba a entender cómo podía yo comprender todo aquello que decía. Su palabra, guiada por el Espíritu Santo, hacía que mi corazón se pusiera de nuevo en “sintonía” con Cristo.

Llevaba un tiempo preocupado al ver el estado de salud del Padre Mendizábal y sentía que le quedaba poco de estar entre nosotros. Pero las tres últimas semanas antes de partir a la casa del Padre, se me venía a la cabeza que cuando Dios le llamara sería un día en que pudiera ir a despedirle. Así fue, el funeral el sábado estuvo acompañado de muchos sentimientos. Mi mujer y yo fuimos y fue algo que nos hizo mucho bien. Ver a tantos sacerdotes, a las hermanas y a tantos hermanos que nos sentíamos hijos. Fue algo que nos llenó de gozo dentro de la tristeza misma al despedirnos de él.

Cada día que subía al Santuario a confesarme con él era único. Pero cada vez que yo terminaba de hablar, se recostaba hacia atrás en el confesionario, me miraba y me decía “ánimo, adelante…” En ese momento sentía un abrazo del Señor que me confortaba y perdonaba.

Con él tuve algunos momentos muy bonitos cuando iba a ayudarle, en lo que podía, con el ordenador portátil donde él escribía. Cuando estaba allí me llamaba el Padre Máximo (que en paz descanse) y me pasaba la tarde entre historias del Padre Máximo, tan querido, e intentando ayudar en lo que podía al Padre Mendizábal.

En la foto que adjunto veis un pequeño regalo que me dio, para tener a Jesús siempre presente en mi escritorio (donde él lo tenía). Hoy lo tengo en mi mesilla y cada vez que lo veo, cada día me acuerdo del Padre Mendizábal y de aquella vez que me lo regaló, cuando también, me mostró una pequeña cuartilla muy usada (que guardaba bajo su escritorio) con una lista amplia de nombres en los que figuraban muchos de los que hoy son santos, como San Juan Pablo II, la Santa Madre Teresa de Calcuta o algún papa santo que él mismo conoció. Decía “aquí tengo apuntados a muchos que me han de ayudar a llegar al cielo”, seguro que desde allí nos seguirá cuidando. Yo no puedo más que decir GRACIAS PADRE POR HABERNOS CONCEDIDO TENER ENTRE NOSOTROS A LUIS MARÍA MENDIZABAL.

Gracias Padre Mendizabal por habernos llenado de Cristo y habernos querido tanto, con tanta sencillez, con tanto amor.

Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío…

TESTIMONIO DEL P. RICARDO RODRIGO, S.I.

Conocí personalmente al P. Mendizábal el año 2003, al ser destinado a la Comunidad de Toledo, donde él residía. Desde el primer momento me recibió con esa sonrisa agradable y acogedora con la que él solía recibir a todos cuantos pasaban por la Comunidad. Allí permanecimos justos hasta que el 1 de julio se cerró la residencia. Él fue destinado a Alcalá y un servidor a la comunidad de San Pedro Fabro en Madrid.

Tratando de presentar una semblanza del P. Mendizábal, tal como yo la percibí en los años que vivimos juntos, destaco los rasgos siguientes, sin que con ello pretenda agotar su rica personalidad humana y espiritual.

 

Su vida consagrada en la Compañía de Jesús estaba sustentada en una base profundamente humana: de carácter alegre,

acogedor y servicial. Su conversación en los momentos de asueto era agradable, con sus chascarrillos que nunca faltaban. Como anécdota le oí decir que en cierta ocasión iba con otro jesuita a dar EE a una ciudad. Por el camino le dice el que lo acompañaba: “se me ha olvidado la carpeta de las pláticas. No sé qué voy a hacer” A esto él respondió: “Pues a mí se me ha olvidado la libreta de los chistes”. Sobre esta riqueza humana estaba presente “el hombre de Dios”. Había hecho suyas aquellas palabras de la Fórmula del Instituto, y que varias veces me comentó: “Procure, mientras viviere, poner delante de sus ojos ante todo a Dios y luego el modo de ser de este Instituto”. Tenía un profundo conocimiento del Instituto de la Compañía de Jesús. Cuando le preguntaba yo sobre algún tema relacionado con esta materia, enseguida me mostraba la cita dónde poder encontrarlo.

De este profundo conocimiento nacía su amor a la Compañía. En él pude observar un hondo respeto y obediencia a los superiores. Apóstol del Corazón de Jesús: El P. Mendizábal fue un ferviente apóstol del Corazón de Jesús. Recuerdo con enorme gratitud la Hora Santa que cada primer viernes

tenía en nuestra iglesia de San Ildefonso. A ella acudían muchas personas para escuchar sus meditaciones, orientadas siempre para “conocer a Jesucristo y así amarle y seguirle”.

Otro rasgo de la personalidad del P. Mendizábal fue su sabio consejo y acompañamiento espiritual. Con un profundo respeto a la persona trataba de ayudarle a “buscar y encontrar la voluntad de Dios”. Seglares, vida consagrada, sacerdotes y obispos, sabían que en el P. Mendizábal tenía un “Hombre de Dios”, que con su ciencia y virtud les iba a orientar en sus situaciones concretas. En toda esta riqueza humana y espiritual no podía faltar su amor a la Iglesia. Con frecuencia hablábamos de este rasgo que ha de estar presente en la vida del jesuita. Él así lo vivió. Cuando pedían su colaboración para cualquier servicio, allí estaba presente, y así lo inculcaba a cuantos se acercaban a él. Una vida así, gastada en servicio del Reino, tuvo como final el gran funeral que se celebró en Alcalá el día de su entierro.

TESTIMONIO DE FERNANDO FERNÁNDEZ, médico

Lo primero que se me viene decir es “Gracias por el privilegio de haberlo tenido en nuestras vidas”: Efectivamente su funeral (todos los que estuvisteis coincidiréis conmigo) fue humanamente impresionante: cinco obispos, más de 100 sacerdotes, más de 100 religiosas, familias… venidos de todas las partes: Barcelona, Sevilla, Zaragoza, Gandía, Getafe, por supuesto Toledo, etc. Pero lo más impresionante, es que cada uno nos sentíamos y sabíamos auténticos “hijos”, únicos e irrepetibles para el padre Mendizábal, a mí en particular se me vinieron a la memoria tantos buenos consejos, tantos ánimos, dados a pesar de él no encontrarse bien… El último día que lo visité en la residencia, el día antes de fallecer, que él estaba ya muy fatigadito y hablando conmigo se quedaba dormido en la silla… pero cada vez que pasaba uno de sus hermanos sacerdotes, trataba de espabilarse, les sonreía y les nombraba con tanto cariño… (“cuánto amor”, frase que le encantaba oír de los labios de mis hijos mientras le abrazaban…) realmente creo que ha fallecido en el Corazón de Dios, ese Corazón que él tantas veces, a tiempo y a destiempo nos ha tratado de dar a conocer, del que disfrutaba hablando, de Jesucristo vivo, de su amor que conocía tan bien y que él mismo transparentaba. Él mismo escribió en alguna ocasión: “Yo estoy seguro que la persona, sacerdote o religioso enamorado de Cristo, que hablase sinceramente, arrebataría al amor de Cristo, si hablara de lo que es Jesucristo vivido, realmente vivido por él”. Yo estoy seguro de que a muchos, su vida nos ha arrebatado a este amor. Él ha descansado en el Corazón de Dios siendo fiel a su vocación de jesuita, ha fallecido donde él quería, en su sencillo cuarto de la residencia (cada vez que me veía en el hospital me decía, ponme los zapatos y llévame al colegio de San Ignacio…), rodeado de sus hermanos jesuitas que tan bien le han atendido y cuidado hasta el final.

Tuve la suerte de poder bajarlo de la iglesia al coche, cargando con él, que tantas veces ha cargado con misericordia con nuestras flojeras y mediocridades… Si impresionante fue su funeral, no lo fue menos su sepultura, en el precioso cementerio de San Isidro en Madrid, traído a hombros por las Hermanas de la Fraternidad entre cánticos de “Ved cuan amable convivir los hermanos unidos”, y “nada nos separará del Amor del Señor”, “Anima Christi…”, etc. mientras rezábamos en la espera con el superior los responsos y una parte del rosario, de la mano de María, y rodeado de tantos sacerdotes, religiosas, seglares y familias a la que él

durante tanto tiempo nos ha cuidado, aconsejado… y llevado en su corazón. Realmente salimos todos consolados, con la certeza de que él desde el Cielo nos sigue acompañando y llevando, con una gratitud profunda mezclada con la pena de no poder volver a preguntarle en persona nuestras “pequeñeces”, pero con la serena certeza de su compañía (yo ahora me pregunto en cada cosa, qué le agradaría al Señor y qué le agradaría al padre Mendizábal?, que siempre en él coincidía…) y con un intenso deseo que él siempre ponía en nosotros de ser fieles a Jesucristo, y decir con él “Jesucristo lo es todo”.

Testimonio de Amelia Astray San-Martin

Como me gustaba ir a verlo ...primero a Toledo, dos veces y despues a Alcalá. Me llamaba por mi nombre nada mas verme y me preguntaba por mis hijos. ¿Como está el americano? Y el enfermero? Reía tanto con las cosas que le contaba, que solo eso llenaba la pequeña habitación. Pero también me reñía cuando le planteaba mis temores y mis tibiezas.......con cara de guasa ponía el dedo indice hacia abajo!!! Para luego instruirme y ayudarme a discernir lo que si era importante de lo que no lo era, dirigiéndome siempre al corazón inmenso y enamorado de Cristo. Padre.....no encuentro mi sitio, voy a distintas reuniones, de distintas congregaciones, actividades.......pero siento que no es lo que busco.......y eso me asusta, me da miedo......que me pasa, por qué soy tan exigente o qué debo hacer??? .........porque no tienes que buscarlo, porque ya lo encontraste, TU sitio, TU rincón de apostolado esta en las cuatro paredes que forman tu consulta.....abre tu corazón a todo el que entra en ella..... Padre.....me voy a condenar, porque soy muy peleona, porque no me gusta lo que veo a mi alrededor y salto, porque no puedo mantenerme al margen de lo que considero injusto.........el PM, levantando su mano, mueve sus 5 dedos mientras me dice ...solo necesitas 5 cosas....SER SIEMPRE BUENA CON TODOS!!! Estas dos anécdotas las tengo muy presentes , diariamente, y desde que recibí la noticia de su muerte, mas todavía. Ahora me consuela pensar en lo que estará gozando .... y en su risa o en su dedo cada vez que actúo de aquella manera. Que suertaza haberlo conocido!!!

Testimonio de Diego Vigil de Quiñones Otero

El 4 de Junio de 2016, fiesta del Inmaculado Corazón de María, tuve oportunidad de mantener un encuentro bastante especial con el Padre Mendizábal.

 

Hasta llegar al mismo, que fue totalmente providencial, se fue forjando un progresivo conocimiento de su enseñanza a lo largo de los años. [...] 

Eran las 11 de la mañana de aquel sábado 4 de Junio. Miguel y yo esperábamos discutiendo de otros temas en el amplio vestíbulo de la casa de los Jesuitas en Alcalá de Henares. Con gran puntualidad, apareció el Padre sonriente, con muy buena cara, estupendo. Me acogió por mi nombre con gran interés y cordialidad. [...] 

Comenzamos entonces a hablar y, no se si por ser su cumpleaños, volvió sobre sus pasos recordando cosas. La entrevista trazó casi una mínima biografía.

Nació el Padre en Bergara en 1925. No contó apenas nada de su primera infancia. Si nos dijo que tenía una hermana y un hermano. Su hermano mayor era Jesuita. Y tal vez por su influjo, por su ejemplo, el Padre cuenta que a los diez años se fue a la escuela apostólica ubicada en Sangüesa. Al parecer en esos primeros años del siglo XX llegó a haber escuela en Javier, pero según nos dijo hubo de trasladarse a Sangüesa a una casa que le cedieron a los Jesuitas las Hijas de la Caridad. “A esa casa la llamábamos la goterosa, porque tenía tal cantidad de grietas que los días que llovía había que poner cubos por todas partes para recoger las goteras”. Nos contó que llegó a aquella casa con diez años. En el otoño de 1935. Al comienzo del curso 35-36, que había de terminar con el estallido de la Guerra civil.

 

Dijo entonces que “me hago la cama desde los diez años”. Lo decía resaltando la relativa dificultad que ello suponía para un niño de 10, y resaltando luego la complicación que le suponía a sus 91, “sobre todo los días que hay cambio de sábanas”. Aunque pueda parecer un detalle menor, muestra la búsqueda de la perfección en las cosas pequeñas que vive un religioso de principio a fin.

 

Entonces yo le interrumpí para poner de relieve que, al menos según la historia que conocemos, la Compañía de Jesús había sido disuelta en España por esos tiempos. Él nos lo confirmó, y entonces nos dijo que los Jesuitas se quedaron en España como clandestinos, y que para no levantar la sospecha, se dirigían a ellos como “don”. Con 10 años administrando una situación de clandestinidad!

 

Le volví a tirar de la lengua para que nos contase como le repercutió la guerra. Contó que, terminado el curso, volvió a su casa de Bergara. El 18 de Julio, como es sabido, comenzó formalmente la contienda. Desde Bergara cuenta que fueron a un pueblo de Navarra, donde su padre tenía antecesores, a pasar el verano, y que él en su mentalidad de 10 años aspiraba a que se alargasen las vacaciones y, por la guerra, no empezase el curso. Ya de nuevo en Bergara, en Septiembre, los nacionales se acercaron y amenazaron con bombardear el pueblo desde el monte. La gente desplegó sábanas blancas…Y entonces el ejército entró en el pueblo: “yo estaba en Misa, ayudando, cuando oímos por la calle “viva España!”, y a la salida ya estaba el pueblo tomado”.

 

Dominada esa zona por el ejército que luego fue vencedor, contó que la cosa continuó en otoño del 36, y que no perdió ningún curso. [...]

Y entonces la conversación se fue directamente a casi 20 años después de Sangüesa, a la Roma de los años 50. Eran los años finales del Pontificado de Pio XII. Llegó entonces San Juan XXIII, quien convocó el Concilio Vaticano II. Me interesé mucho por el momento. En alguna ocasión he oído decir al Padre que vivieron muy intensamente el Concilio, muy metidos en el ambiente. Ello me llevó a preguntarle si fue perito, lo cual podía haber sido. No era infrecuente que los Cardenales fichasen profesores brillantes que, aun jóvenes, les ayudasen con sus conocimientos en su participación en el Concilio. Por ejemplo es sabido que el Cardenal Frings, Arzobispo de Munich, se llevó como perito a un joven profesor llamando Joseph Ratzinger.

 

El padre contestó que él no fue perito, pero que al estar en el Universidad Gregoriana, y ser el Concilio algo que afectaba a su materia de un modo tan claro, había un constante discutir e intercambiar opiniones sobre los temas.

 

Al ser preguntado sobre alguno en particular, señaló que él siempre había puesto desde la teología espiritual bastante acento en la virginidad, en el amar a Dios con corazón indiviso. Y que sobre ello se producían discusiones, pues había quien decía (contra como lo declara San Pablo) que todos los fieles, además de ser llamados a la santidad, aman con corazón indiviso. El Padre sostiene lo contrario: el corazón indiviso es propio del consagrado, del religioso, del sacerdote, del célibe. Había que marcar las diferencias con el casado, y al final así se logró que pasase a los textos.

 

Pero como de costumbre, nunca las cosas se cierran definitivamente. Una carta relativa a un aniversario de San Francisco de Sales, en la que el Papa Pablo VI hablaba de la promoción del laicado, ocasionó que algunos viesen en ella ocasión de reabrir la discusión, pues en la misma se decía que todos los fieles aman a Dios con corazón indiviso. El Padre, seguro de sus afirmaciones, escribió al Pontífice, sugiriendo que aunque sea cierto que todos aman con todo corazón, sólo algunos lo hacen con corazón indiviso. Un tiempo después recibió una comunicación de la Secretaría de Estado en la cual se le decía que el Papa había cambiado de parecer, y que en el Acta Apostolicae Sedis, la carta había quedado corregida, haciendo constar “todo corazón” en lugar de “corazón indiviso”.

[El testimonio sigue con otros aspectos que iremos publicando progresivamente]

 

Testimonio de Julio Manuel Espina Fernández

Enseñaba a no convertir en problemas lo que aún no eran tales. Sus homilias y charlas eran claras y sustanciosas; instructivas y pedagógicas; oportunas y prudentes; respetuosas aunque picantes; serias pero no pesadas; graciosas y edificantes; humildes y atrevidas; piadosas a la par que provechosas; sabias pero no pedantes; cariñosas y al tiempo firmes; con una medida y un ritmo justos; con una corrección en el tono y en la forma ejemplares; con un señorío a los pies del Señor admirables.

Disfruté muchísimo escuchándole. Me consoló y animó en la confesión muchas veces. Me adiestró magistralmente para la lucha con su dirección espiritual. Supo hacerse manso y humilde y le vi vulnerable en más de una ocasión, en su última etapa; esto me admiró y afirmó mi afecto hacia su persona.
Estaba muy en este mundo aún siendo del otro. Por su condición humana, padecí también su debilidad al acercarme a él, pero, curiosamente, en la herida que recibí, dolorosa como todas, hallé el ungüento para cerrarla. Podría tal vez comparar yo eso con la percepción que tengo ahora del sufrimiento que me causó la convivencia tan estrecha con mi madre durante tantos años. Como si el amor que ambos me dedicaron hubiera sido el antídoto contra el daño que, involuntariamente, por su condición limitada, me causaron. Dios mismo, alfa y omega, al tiempo que hiere sana, y no me cabe duda de que en este ministro suyo tan entregado tenía puesta Su complacencia y adornaba su labor con extraordinarios dones. 

Una vez, a la salida de Misa, nos contó Mendizábal que su padre había sido notario y hubiera querido que él continuase su oficio; y haciéndonos cómplices con su socarrona sonrisa, nos dijo entonces que él tuvo claro desde muy pronto que eso no era lo suyo. Con eso nos estaba queriendo decir lo contento y satisfecho que se encontraba de haber servido al Señor durante toda su vida, pero la verdad es que no necesitaba decirlo porque su ensanchada humanidad lo decía por él.  

¡Julio! exclamaba con enfática suavidad y franca sonrisa cuando me acercaba al confesionario, y sonrisa y palabra abatían de un golpe temores e inquietudes de mi corazón. Luego, su penetrante comprensión y discernimiento iluminaban gozosamente las estancias de mi interior que aún permanecían en sombras para mí mismo. ¡Cómo no querer a este padre! ¡cómo no querer a esta Iglesia que te da gratis estos inmensos, colosales regalos!

Acudí a él para iniciar una nueva etapa de dirección espiritual hace unos cuatro o cinco años. Por supuesto, me sorprendió mucho su increíble lucidez y agilidad contando ya con 88 años. Y de aquellos encuentros obtuve mucho, muchísimo. Lo que conté antes de su debilidad, que resultó asistida milagrosamente por Dios mismo, es una buena imagen de lo que fue la última etapa del Padre Mendizábal. 

En sus ansias de servir llegó hasta el final ayudando a su rebaño a vivir y, forzosamente, la complacencia de Jesús, su trato íntimo, tuvo que ser la fuente de donde sacaba sus fuerzas para tan admirable servicio. (Guardo para mí cierto dato que me hace pensar que también recibió gracias sobrenaturales; si es oportuno lo diré en su momento).

Gracias sean dadas a Dios por habernos hecho merecedores de este gran apóstol del Corazón de Jesús.
Gracias a usted, Padre Mendizábal, por su fíat; estoy deseando verle de nuevo y darle un abrazo.

In Memoriam...

Homilía Mons. Demetrio Fernández en el funeral de la Catedral de Córdoba

Homilía Funeral - Mons. Demetrio Fernández
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Homilía Pedro Rodríguez Ramos en Templo de Oropesa - Unknown Artist
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Homilía Pedro Rodríguez Ramos en el Templo de Oropesa

Entrevista COPE - Mons. José Ignacio Munilla
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Entrevista a Mons. Munilla en COPE
Homilía Mons. Munilla Funeral Oropesa - Mons. Munilla
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Homilía Mons. Munilla en funeral de Oropesa
Noticia de la muerte en Radio María - Radio María
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Noticia de la muerte del P. Mendizábal en Radio María
Homilía Funeral Mons. Reig Pla en Alcalá - Mons. Reig Pla
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Homilía Mons. Reig Pla en capilla ardiente en Alcalá
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